domingo, 12 de octubre de 2014

Homilía Papal

Las Lecturas de hoy se refieren a la Fiesta que tendrá lugar en la eternidad, es decir, al "Banquete de Bodas" preparado por Dios nuestro Señor para todos los seres humanos al final de los tiempos. Se trata de nuestra salvación, de nuestra felicidad eterna con El para siempre en la Jerusalén Celestial, cuando Dios "enjugará toda lágrima y ya no existirá ni muerte, ni duelo, no gemidos, ni penas" (Ap. 21, 4) y viviremos en completa y perfecta felicidad para siempre.
Aquí, durante nuestra vida terrena, podemos “comer bien o pasar hambre, tener abundancia o escasez”, como lo dice San Pablo en la Primera Lectura (Fil. 4, 12-14 y 19-20). Se refiere el Apóstol, en este caso, al hambre y escasez material. Pero también agrega: “Todo lo puedo en Aquél que me da fuerza”. Es decir, que en esta vida tenemos todas las fuerzas necesarias venidas de Dios, para soportar cualquier dificultad, pues “Dios, con su infinita riqueza, remediará con esplendidez todas nuestras necesidades”.
El Salmo del Buen Pastor (Sal. 22) nos habla de que el Señor siempre nos acompaña, aunque a veces pasemos por momentos difíciles. Y nos dice también que al final El mismo Señor “preparará la mesa, ungirá nuestra cabeza con perfume y llenará mi copa hasta los bordes”.
Se refiere este pasaje del Salmo 22 a esa "Fiesta Escatológica" que la Palabra de Dios nos presenta en varios pasajes. Es el Señor mismo quien prepara la mesa y nos sirve, como lo indica San Lucas: “El mismo se pondrá el delantal, los hará sentarse a su mesa y los servirá uno por uno” (Lc. 12, 37).
La Primera Lectura de hoy también nos describe esta Fiesta por boca del Profeta Isaías: "El Señor del universo preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos; un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos"  (Is. 25, 6-10).
Y Jesucristo nos presenta esta Fiesta en el Evangelio de hoy por medio de la parábola del "Banquete de Bodas" (Mt. 22, 1-14). Se trata de la celebración de la Boda del Hijo de Dios con la humanidad. Y a esa Fiesta estamos invitados todos.
¿Boda del Hijo del Rey? ¿Bodas del Cordero? ¿Bodas de Jesús, el Cordero? Sí. Será la unión definitiva y para siempre de Cristo con su Iglesia, de Jesús, el Cordero, con cada uno de los salvados.
Esta "Fiesta Escatológica" nos la presenta la Palabra de Dios en varios pasajes. Es la fiesta de los salvados. Sucederá después de que pasemos a la eternidad. Y ese momento que sobrecoge -y que muchos temen- es el momento más importante de la historia de la humanidad. En ese instante preciso y brevísimo sucederá la “resurrección de la carne”, como rezamos en el Credo. Y los salvados ya resucitados celebrarán ese banquete.
Por eso el Señor no cesa de recordarnos que debemos estar preparados, siempre preparados, cada vez mejor preparados, para que no nos suceda como el que llegó mal vestido a la Fiesta del Cielo y lo echaron fuera. Que tampoco nos suceda como los invitados que despreciaron la invitación.
Pero sucede que no todos respondemos a la invitación que Dios nos hace. En la descripción que hace San Mateo, vemos cómo algunos responden a la invitación del Señor y otros no. Y no respondieron porque tuvieron algo más importante que hacer. Así nos dice el Evangelista:
"El Reino de los Cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir ... Uno se fue a su campo, otro a su negocio ..."
Y ... ¡cuántas veces no hacemos nosotros lo mismo! Constantemente nos oponemos a la invitación del Señor. Dios nos llama y en vez de atender su invitación, le damos la espalda. Dios nos ofrece la oportunidad de ir a su Fiesta y de tener la felicidad para siempre, y... ¿Cómo respondemos? ¿No hacemos como los invitados que nos describe el Evangelio? ¿No preferimos los negocios temporales a las invitaciones eternas? ¿No preferimos los banquetes de la tierra al Banquete Celestial?
No aceptar la invitación del Rey es un desplante. Pueden haber cosas que parecen más importantes que asistir a la Boda del Hijo del Rey, pero nada es más importante que esa Fiesta: la Fiesta Escatológica, que sucederá al final de los tiempos.
Y el Rey se disgusta, no sólo por el desprecio de sus invitados, sino porque, además, han matado a los que envió para invitarlos. Los enviados asesinados son los mártires de todos los tiempos: mataron a los Profetas del Antiguo Testamento, a San Juan Bautista, también a Cristo. Le siguieron los mártires del comienzo de la Iglesia. Y aún en nuestra era, no han cesado los martirios: el siglo 20 fue testigo del mayor número de mártires de todos los siglos. Pensemos en las persecuciones del comunismo contra la Iglesia católica. Recordemos las persecuciones en México y en España. ¡Nada más en la Guerra Civil Española hubo unos 10.000 mártires! Y ni hablar del horror en el Medio Oriente!
Si nos revisamos bien, podemos darnos cuenta de la importancia que le damos a las cosas de este mundo, rechazando o postergando las cosas eternas, al no aceptar las invitaciones del Señor. ¡De qué manera nos entregamos a las cosas del mundo, las cuales nos absorben tanto, que no nos queda tiempo para atender a Dios!
¿Será que los hombres y mujeres de hoy estamos tan hundidos en los negocios terrenos que consideramos que es tiempo perdido pensar en Dios y en la vida eterna? Pero... ¿Qué nos dice el Evangelio sobre los que no acepten la invitación al Banquete Celestial? Es muy claro: otros serán invitados en lugar de los que no asistan.
¿Aceptamos la invitación? ¿La aceptamos ya repitiendo nuestro constante y permanente? ¿Diciendo siempre sí...no importa la exigencia, no importa la situación, no importa si pasamos por cañadas oscuras o valles de verdes pastos, como rezamos el Salmo?
Los que están muy pendientes de otras invitaciones y actividades corren el riesgo de quedar fuera de la Fiesta -aunque hayan sido invitados- por no darse cuenta de que la invitación del Señor es infinitamente más importante que cualquier negocio, cualquier preocupación material, cualquier apego terreno.
Pero hay otro riesgo: el no estar debidamente vestido para esa fiesta. Y ¿Qué sucederá a ésos? La cosa es seria: van a ser echados fuera. ¡Pero si fueron invitados! El problema es que no estar bien vestido significa no estar preparado espiritualmente para poder ser aceptado en la Fiesta de la Salvación. Significa esta parte de la parábola que no basta ser invitado, tampoco basta haber entrado al banquete (es decir, formar parte de la Iglesia). Se requiere estar debidamente preparado: vivir en estado de gracia, vivir en amistad con Dios.
Aclaremos algo sobre las “realidades últimas”: la primera de éstas es la muerte, cuando nuestra alma, separada de nuestro cuerpo, pasa al Cielo, al Purgatorio o al Infierno. Del Purgatorio las almas que se van purificando van pasando al Cielo. Y al final de los tiempos, sucederá la resurrección, al unirse nuestras almas con nuestros cuerpos glorificados. Y en ese momento será el Banquete de Bodas del Cordero para los salvados, no los condenados. Esos quedaron fuera para siempre
La invitación al Banquete Celestial es para todos, pero muchos no aceptan…y algunos no están debidamente preparados. De allí la sentencia de Jesús al terminar esta parábola: “Muchos son los llamados y pocos los escogidos”.
Que podamos llegar a la Fiesta Escatológica, que nos estemos preparando de veras con el traje adecuado (tan blanco como la vestidura del bautismo). Así podremos formar parte de esa muchedumbre de toda raza, pueblo y nación con vestidura blanca, lavados nuestros trajes en la sangre del Cordero. (Ap. 3, 4).



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